Sobre artistas, locura y psiquiatría
¿Son los artistas sujetos psíquicamente desequilibrados? ¿Son los enfermos mentales artistas incomprendidos? ¿Es el arte una terapéutica?
Por Elías Norberto Abdala *Un poco de historia
Si se profundiza en la vida de algunos grandes escritores y pintores, es posible encontrar cúmulos de conflictos psicológicos en su personalidad y que se reflejan en sus propias existencias y obras. Por ejemplo, el alcoholismo de Edgar Allan Poe, la homosexualidad de Oscar Wilde y Truman Capote, las relaciones incestuosas de Lord Byron, las crisis afectivas de Van Gogh, la ciclotimia de Charles Dickens, la depresión mayor de Hemingway, la paranoia de Dalí, etc. El propio Dalí se definía como un paranoico y añadía con sospechosa lucidez: “Debo ser el único de mi especie que ha dominado y transformado en potencia creadora, gloria y júbilo una enfermedad mental tan grave”.
La relación entre arte, genio creador y locura proviene desde la antigüedad y ha sido un permanente motivo de fascinación. Los griegos llamaban a los poetas “enfermos divinos”. Platón consideraba la “manía” –la exaltación del alma– como un regalo de los dioses que facultaba a los artistas y a los poetas para poder llevar a cabo sus obras. “Siendo así que todo lo que es grande ocurre en la locura”, escribe en Fedro, uno de sus diálogos.
Aristóteles preguntaba (en un texto célebre, el Problema XXX, al que después se le añadió el subtítulo El hombre genial y la melancolía) por qué los hombres excepcionales son con tanta frecuencia melancólicos. Por melancolía no sólo entendía esa tristeza soñadora vinculada a la imagen del artista, sino también a la noción de la época, de que el estado de ánimo de una persona era consecuencia del predominio de algunas de las cuatro sustancias que generaba el organismo humano, y que definían su habitual estado de ánimo.
Más tarde diría Diderot, recuperando la idea de Aristóteles del genio cercano a la locura “¡Cuán parecidos son el genio y la locura! Aquellos a los que el cielo ha bendecido o maldecido están más o menos sujetos a estos síntomas, los padecen con más o menos frecuencia, de manera más o menos violenta. Se les encierra o encadena, o bien se les erigen estatuas”.
Esta “diferencia” según la cual el artista puede ser un excéntrico, una persona inestable, obsesionada por su obra y, en caso extremo, rayana en la locura es todavía una idea ampliamente extendida. Quizás porque en el arte no es posible la creación sin la imaginación, que lleva al artista a inventar mundos. Como los niños, el artista funde y confunde la fantasía, la realidad, sueños e imágenes y los concreta en su obra artística.
No hay más que observar cómo pintan y dibujan los niños pequeños para ver que lo creativo forma parte de la vida del hombre, hasta que la sociedad le hace abandonar lo artístico a favor de lo eficiente. Los artistas se diferencian del común de las personas en que en su creatividad profesionalizada pueden seguir siendo como niños. “A los doce años sabía pintar como Rafael, pero necesité toda una vida para aprender a pintar como un niño”, afirmó Picasso.
Si bien el hombre no puede escapar al entorno cultural en el que se desarrolla, hubo artistas que se sumergieron tanto en su propia interioridad que la exhibieron con características singulares. En pintores surrealistas como Max Ernst, Giorgio di Chirico, escritores como André Breton o compositores como Debussy se puede asistir a una clara manifestación sensitiva vinculada a sus fantasías inconscientes y paralela al desarrollo del psicoanálisis.
Tomado como un ejemplo a Dalí dos fuerzas moldearon su arte. La primera fue la expresión de sus fantasías inconscientes y sus obsesiones sexuales que pueblan su universo. La segunda fue su relación con los surrealistas franceses, un grupo de artistas y escritores dirigidos por el poeta francés André Breton.
Bajo la influencia surrealista, el arte de Dalí se cristalizó en una mezcla de hiperrealismo y fantasía onírica, la cual se convirtió en su sello personal. Sus cuadros yuxtaponen objetos bizarros e incongruentes (relojes blandos, pianos, muletas, materia orgánica en descomposición) en paisajes desolados. Estas obras, descritas por Dalí como “fotografías de sueños, pintadas a mano”, están inspiradas por sueños, alucinaciones y otras poderosas expresiones de su inconsciente.
El arte de volverse loco
A finales del siglo XIX, el psiquiatra italiano Cesare Lombroso (1835–1909) hizo popular la relación entre el arte y la locura. En Genio y locura, publicado en 1888, analizó a los artistas y escritores más importantes de su época. Encontró en ellos signos de una “debilidad psíquica”, cuya causa atribuyó a la herencia. Al establecer esta conclusión, Lombroso reflejaba la doctrina en boga por entonces que postulaba que la locura era una degeneración innata del enfermo. Las ideas de Lombroso fueron propagadas en Francia por el psiquiatra alemán Max Nordau, que publica en 1894 Degeneración, un libro de consecuencias funestas para el arte en particular y los hombres en general ya que inspiró décadas después al nazismo. En esta obra, Nordau identifica una patología en los místicos (entendiendo por místicos a los simbolistas como Wagner o Tolstoi) y en los egotistas (Baudelaire, Verlaine, Mallarmé). Sus conclusiones eran que “los místicos, pero sobre todo los egotistas y la canalla realista son los peores enemigos de la sociedad, que tiene el estricto deber de defenderse de ellos. No hay lugar entre nosotros para el buen salvaje ni para el héroe dionisíaco, que será aplastado sin piedad si se atreve a infiltrarse en nuestras filas”.
La conexión entre genialidad y enfermedad mental se acrecentó con la publicación en 1922 de Expresiones de la locura, del psiquiatra Hans Prinzhorn, sobre una exposición de pinturas de enfermos mentales. Prinzhorn señaló un punto de sumo interés: cómo la creatividad sobrevive a la desintegración de la personalidad que producen algunas patologías. Algo así como que “mientras la pulsión creadora está actuando, la esquizofrenia no se manifiesta”.
Con el monumental libro de Prinzhorn sobre la colección de Heidelberg, el valor estético de esas obras comenzó a ser reconocido públicamente, entre otros por artistas de la talla de Paul Klee y André Breton, quienes quedaron fascinados por la espontaneidad de los trabajos de estos enfermos.
La colección de dibujos, pinturas y bordados de los pacientes psicóticos fue iniciada por célebre psiquiatra Emil Kraepelin, que siendo director de su clínica (entre 1890 y 1903) observó que la enfermedad mental podía “liberar poderes que de otra forma están reprimidos por toda clase de inhibiciones”.
Prinzhorn en su libro presentó teorías innovadoras sobre la psicología de la expresión, y valorizó extremadamente la producción realizada por los enfermos, al demostrar que una pulsión creadora y una necesidad de expresión instintiva sobreviven a la desintegración de la personalidad y no apreciaba distinción alguna entre producción normal o psicótica.
En 1945, el pintor Jean Dubuffet inicia una de las más importantes investigaciones desarrolladas en Europa. Crea el concepto de “arte bruto” (art brut) que define como “producciones de toda especie de dibujos, pinturas, bordados, modelos, esculturas, etc., que presentan un carácter espontáneo y fuertemente inventivo, que nada les deben a los padrones culturales del arte, y que tienen por autores a personas oscuras, extrañas a los medios artísticos profesionales”. Dubuffet no espera que el arte sea normal. Al contrario, que sea inédito imprevisto y extremadamente imaginativo.
Cuando se habla de art brut, de inmediato surge la pregunta: ¿Es arte la obra de un esquizofrénico? Quienes dicen que no, se fundamentan en que no hay creatividad en este tipo de pinturas, sino el traspaso al papel del delirio. Quienes sostienen que sí se trata de arte y que sí incluye creatividad valoran el art brut por ser arte primitivo, descontaminado, sin condicionamientos relativos a un contexto social determinado o a una técnica. Arte “en bruto” que emana de personas aisladas de la realidad.
Pero, ¿qué es lo que muestran los cuadros pintados por psicóticos? ¿Qué diferencias se aprecian, tras una vista rápida, con los cuadros de artistas “normales”? Para algunos nadie podría reconocer una obra cuyos trazos fueron delineados por un esquizofrénico de otra cuyo autor fue un pintor normal. “Son todas metáforas de su delirio –decía el psiquiatra argentino López de Gomara– los autores de estas obras no reproducen sus delirios en el papel, sino que construyen una metáfora de sus alucinaciones y la reproducen. Y esa es otra prueba de su creatividad”. Aunque para algunos expertos, sí existen ciertos rasgos que se repiten en muchas obras de art brut: los colores brillantes, las figuras fragmentadas, las repeticiones, los ojos desorbitados, la obsesión por no dejar ni un centímetro de la hoja sin colorear.
Para Enrique Pichon Rivière existían diferencias notorias.
“En el artista normal, el proceso creativo se da en forma controlada y es definidamente temporario. En cambio, en el alienado es más automático, más permanente y, en cierta medida, más necesario. La obra del alienado participa de las características del pensamiento mágico. La del artista normal no carece de magia, en tanto también él trata de ejercer un dominio y control sobre este mundo, pero no crea para transformar el mundo exterior de una manera delirante, sino que su propósito es describirlo a otras personas sobre las cuales trata de influir, teniendo la idea de un significado definido. Aprende, progresa, haciendo ensayos, sus modos de expresión cambian y su estilo puede transformarse, en tanto no está estereotipado en ninguna imagen o situación.
El artista alienado está impulsado a crear con el fin de transformar el mundo real; no busca un público ni trata de comunicarse.
Trata de reparar el objeto destruido durante la depresión desencadenada por la enfermedad”. Su hipótesis es que el creador es aquel que logra transformar lo siniestro interior a lo maravilloso en su obra estética. En cambio, la locura residiría en quedarse simplemente atrapado en la desintegración de siniestro. Aunque la diferenciación puede que nunca llegue a ser clara. La cuestión es si alguien crea por su patología o a pesar de su patología. Para Pichon, “Artaud no es poeta por su demencia: es poeta pese a su demencia”.
¿Hay que tratar a los artistas?
“Entonces, doctor, ¿según usted todos los novelistas, hombres y mujeres, son unos neuróticos?” pregunta André Maurois en Tierra de promisión. “Para ser más exactos –le responden– todos serían unos neuróticos si no fueran novelistas… La neurosis hace al artista y el arte cura la neurosis”.
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La Asociación Americana de Psiquiatría presentó hace pocos años un estudio que muestra que las personas sanas ligadas al mundo de la creatividad tienen más posibilidades de ser temperamentales y neuróticas, que las que no tienen relación con las artes.
Al estudiar la tasa de trastornos mentales en los artistas se encontró un interesante dato estadístico: que, por ejemplo, tiene mayor riesgo ser poeta que escultor. Las cifras de riesgo señalaban los siguientes porcentajes: poetas: 50%, músicos: 38%, pintores: 20%, escultores: 18%.
La comunidad científica se divide entre quienes piensan que hay que tratar a los genios con enfermedades mentales aunque esto suponga la pérdida de su genialidad, y quienes creen que las actividades creativas tienen un papel terapéutico, de manera que si se administran tratamientos que anulan la capacidad artística empeora el estado del enfermo y se complica su vida emocional.
P. Brenot, en Genio y Locura, pregunta: “¿Son nocivos o perjudiciales para la creatividad de los artistas los tratamientos con psicofármacos, necesarios en tales casos? Es razonable el planteo, en la medida en que los medicamentos se oponen a las fuerzas inconscientes que son el motor de la obra, así como en la medida en que limitan el descenso a los infiernos que el poeta necesita para acercarse a su verdad”.
Sin embargo, no está claro aún si las terapias, especialmente las farmacológicas, mejoran o empeoran la capacidad artística. Se sabe que las enfermedades mentales afectan gravemente a las facultades creativas y la libertad del propio individuo. Desde este enfoque, en algunos artistas los tratamientos farmacológicos tradicionales pueden actuar como agentes liberadores al controlar la enfermedad mental, pero en otros también pueden tener una función opuesta y favorecer la contención, lo que impide la expresión artística.
Sí es cierto que los psicofármacos atenúan un rasgo típico de las personas creativas que consiste en una inquietud que les impulsa a generar constantemente nuevos proyectos. Y cuando esta inquietud desaparece, disminuye la creatividad.
Desde sus inicios, el psicoanálisis ha mantenido una relación muy fructífera con el arte. En la obra de Freud hay un interés evidente por desentrañar su naturaleza, con referencias a Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, Dostoievski o el mito de Edipo. El objeto artístico era sólo interpretable en función de la sublimación “que permite satisfacer las exigencias del yo sin estimular la represión”. Sin embargo, esa satisfacción sublimatoria que propicia la creación estética no hace al artista necesariamente una persona feliz.
Freud fue el primer psicoanalista en aplicar el psicoanálisis al arte y exploró la psicología del arte, del artista y la apreciación estética. El ambiente creativo de los artistas se vio invadido, entonces, por la asociación libre, el descubrimiento del inconsciente y el lenguaje de los sueños. Para algunos artistas fue como una invasión contra su identidad y algo perturbador para su inspiración.
Lacan concibió el arte como un campo de aprendizaje para el desarrollo del psicoanálisis. Según Lacan –amigo de Marguerite Duras, Balthus, Breton o Duchamp– el artista llega de una forma intuitiva, sin saber lo que expresa, a los mismos hallazgos que el psicoanálisis a partir de la aplicación de sus dispositivos clínicos. El arte y el psicoanálisis, por tanto, serían homólogos, porque por vías diferentes van al fondo de lo desconocido para encontrar algo nuevo.
La diferencia entre un artista-creador y una persona común no sería una diferencia originaria, sino más bien una diferencia en el tratamiento que cada cual aplica a sus fantasías. Tanto el artista, como el hombre común, desde que abandonan el útero materno, están permanentemente sometidos a pulsiones y fantasías que representan un intento de retornar a ese estado felicidad primitiva. Existe entonces una situación traumática, que intenta ser superada, por medio de representaciones que permitan recrear esa síntesis personal, definitivamente perdida. La situación inicial es para todos la misma. Sólo que el artista sería aquel “ser privilegiado”, cuya naturaleza especialmente sensible y receptiva le impide resolver los conflictos y tensiones nacidas del ejercicio de esas pulsiones. El ser “normal”, por el contrario, por tener una sensibilidad menos viva, se bloquea más fácilmente, siéndole así más fácil su proceso de normalización.
A principios del siglo XX, en Zurich, Carl G. Jung fue uno de los primeros en criticar cierto reduccionismo del psicoanálisis del arte iniciado por S. Freud y Otto Rank ya que consideraba que la investigación psicológica del hecho artístico sólo podía referirse al proceso psíquico de dicha actividad y no al arte en sí mismo. Jung utilizó y fomentó la producción artística y simbólica como parte del proceso terapéutico; y en respuesta a la postura del psicoanálisis comentó irónicamente: “si una obra de arte se explica por el mismo procedimiento que una neurosis, entonces o bien la obra de arte es una neurosis, o la neurosis es una obra de arte”.
Eduardo Pavlovsky, en nuestro medio, critica cierto reduccionismo psicoanalítico que intenta explicar la creación a partir de la patología. Por el contrario, valora la importancia de la teoría del juego infantil para entender los procesos creativos: “el creador, hombre de teatro, no repite en sus obras sólo los gestos de su infancia, sino que su obra es también la superación de ese pasado condicionado”. Se opone así a cierta miopía de considerar solamente a la creación como expresión de conflictos y desestimar su potencia creadora.
La desconfianza de los artistas hacia los médicos, psiquiatras o psicoanalistas resulta proverbial. Artaud dice en Van Gogh, el suicidado por la sociedad (1947): “En todo psiquiatra viviente hay un sórdido y repugnante atavismo que le hace ver en cada artista, en cada genio, a un enemigo”. Y viceversa, dirán los psiquiatras: todo artista ve un enemigo en cada psiquiatra viviente. Si bien muchos artistas tienen una vida trágica, plena de torturas interiores, pocos aceptarían que los médicos les quitaran su dolor, pues se concibe que junto al dolor, la neurosis, la desdicha, está la posibilidad de la inspiración. Perder la neurosis y la desdicha equivale a no encontrar los estados de éxtasis que caracterizan a la creatividad. Este rechazo a los psiquiatras encuentra un buen ejemplo popular en la canción de Joaquín Sabina, en que este le pide al médico que le devuelva su neurosis, esa locura que le hacía tener alas en los pies, puesto que ya no se reconoce en el ser curado en que se ha convertido luego de las terapias, y considera que ha perdido con el cambio.
La creatividad y la psicosis tienen una misma base neuronal
La enfermedad mental no presupone una creatividad genial. Lo que ocurre es que a veces coinciden, porque, a menudo, sus manifestaciones provienen de la misma fuente, como, por ejemplo, la angustia. Lo cual significa que no todo artista es un loco ni todo loco es un artista.
Al igual que en la psicosis, la creatividad se manifiesta cuando se produce un déficit de la inhibición latente, que es una facultad neurológica innata que permite a la mayoría de las personas procesar toda la información que reciben los sentidos y seleccionar únicamente aquella que les resulta más útil para la vida cotidiana. Este déficit explica por qué los artistas y creativos viven en la frontera de la percepción y al borde de la psicosis, y por qué la mayoría de las veces sufren la incomprensión del entorno en el que expresan su creatividad. En otras palabras, significa que los creativos y los locos perciben más intensamente el mundo que les rodea. El problema es que esa superior conciencia de sus alrededores y la mayor flexibilidad mental que la acompaña pueden acabar haciendo que la mente deje de ser comparable con la de otros seres humanos, imposibilitando así su vida social. A esto se llama en la vida diaria locura. Creación y pérdida de la cordura serían, pues, dos caras de un mismo proceso de inmersión en el universo sin protecciones.
¿El arte cura?
El arte, en todas sus formas, no sólo es un modo de expresión, sino una herramienta terapéutica que en los últimos años ha experimentado un importante desarrollo como forma de complementar los tratamientos de diversas enfermedades y también como un medio de crecimiento personal.
Si bien es cierto que el campo del Arte Terapia, entendido como la sistematización del uso de medios, técnicas y soportes provenientes de las artes visuales con objetivos terapéuticos, es relativamente nuevo, no lo son así sus precursores.
Jean Pierre Klein, arte-terapeuta francés director del Instituto Nacional de la Expresión de París, cita entre otros a Pinel, Esquirol, Georget, Marcé, Charcot, Fursac, y por supuesto a múltiples trabajos que desde el psicoanálisis y otros paradigmas que abordan el psiquismo humano se han escrito con relación a las artes visuales.
Actualmente la formación en Arte Terapia es dictada en los Estados Unidos a nivel de masters y doctorados en las principales universidades de ese país. La American Art Therapy Association, fue fundada en el año 1969.
No ha de sorprender que las primeras sistematizaciones dentro del Arte Terapia la hayan desarrollado dos profesionales con formación psicoanalítica. Maurice Naumburg realizó en 1950 una investigación encargada por el New York State Psychiatric Institute y la New York University acerca de la expresión artística espontánea con niños con dificultades graves de conducta. Posteriormente Edith Kramer, psicoanalista de origen húngaro que emigró a los Estados Unidos a causa de la guerra, publicó en 1958 “Arte Terapia en una comunidad infantil”, libro que sentaría las bases teóricas de lo que hoy se denomina, precisamente, Arte Terapia.
Una buena mayoría de los especialistas se vuelca a la idea de que, a través del arte, los esquizofrénicos intentan reconstruir un mundo propio que se encuentra escindido y fragmentado. E intentan, pincel en mano, recomponer el camino que los separa del mundo real. Porque comunicarse con el mundo real es uno de los grandes dramas de los enfermos psicóticos.
*Profesor Titular de Psiquiatría, USAL y IUSAM
Publicado en: http://www.revista-noticias.com.ar/comun/nota.php?art=1555&ed=1653
Filosofía desde un espacio mental vacío: sin contenido alguno de condicionamientos (de ningún tipo); ni religiosos, ni nacionalistas, ni políticos, ni doctrinarios, ni ideológicos, ni de ninguna corriente filosófica. Una visión a la capa más profunda del ser humano: el ego, el miedo y el placer y, sus consecuencias y proyecciones en el desenvolvimiento de las personas y la sociedad. Nuestras idealizaciones nos separan brutalmente de la realidad.
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1 comentario:
Absolutamente cierto y además personalmente comprobado, aunque también conozco enfermos mentales nada creativos y muy malignos, en su mayoría. Bss.
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