domingo, 3 de enero de 2010

ENVIDIA Y VANIDAD

La desigualdad entre los seres humanos produce efectos devastadores en nuestro mundo y que no se toman en cuenta porque simplemente nadie se da cuenta. Nadie se da cuenta por la simple razón que desde que somos muy niños vivimos en ese ambiente y esa es la realidad natural para nosotros con la cual vivimos desde que nacimos; quizás no asombrarnos es lo normal.

El motor de la actividad humana es la desigualdad y cada uno de nosotros sin darnos cuenta la promovemos cada día de nuestras vidas y trabajamos fervorosamente para acrecentarla. La sociedad nos da mensajes desde que somos muy jóvenes: debes ser el mejor, debes prepararte al máximo, debes esforzarte mucho para superar a tu prójimo, debes luchar para conseguir mejores puestos de trabajo y no dejar que te los quite tu vecino

La desigualdad tiene dos puntos polares y opuestos: queremos y deseamos distinguirnos y diferenciarnos de los demás en lo “bueno” y no deseamos destacarnos ni diferenciarnos de los demás en lo “malo”; los calificativos van en comillas para hacer notar que no son las palabras más idóneas; lo bueno incluye: tener cosas exclusivas y hermosas que poca gente tiene tales como ropa fina, coches hermosos, viviendas, embarcaciones, mucho dinero, joyas y lo que sea; claro está, cada quien lo hace a su medida según sus posibilidades económicas pero en el fondo básicamente todos tenemos esa propensión; en lo bueno también se incluye el poder, las capacidades intelectuales, artísticas y deportivas. Lo malo incluye aspectos que nadie quiere tener porque seriamos rechazados, criticados, odiados y excluidos; se pueden incluir la carencia de cualidades morales y éticas, manifestación de vicios tremebundos, manera de pensar radicalmente distinta a la tradición y a las mayorías (costumbres, religión). Sin embargo, la desigualdad en lo bueno es la que marca la diferencia y es la principal fuente de la actividad y desgaste de energía humana; cabe destacar que hay individuos que quieren diferenciarse, ser únicos y exclusivos haciendo el mal y propagando violencia; ¿para que?, para que todos se fijen en ellos, destacarse y llamar la atención (todos sabemos quienes están en ese grupo).

El sentido de la comparación es la clave en todo este asunto; cuando uno se compara, comienzan los problemas.
Las consecuencias de la desigualdad o los deseos de generarla han marcado a la humanidad y son la esencia de la historia, de las guerras, son la fuente de la actividad humana y la base de la economía y el comercio. Los colegios, universidades y otras fuentes de enseñanza son en esencia escuelas de la formación de desigualdad, tal y como está planteado modernamente.

La desigualdad es la consecuencia de un ingrediente psicológico exclusivamente humano y único en el cosmos: la envidia y la vanidad, que son las dos caras de la misma moneda. Prácticamente no hay seres humanos que sufran su carencia; la hija y brazo ejecutor de la envidia y vanidad es la ambición; el despliegue y proyección de ésta es la energía que utilizan los humanos para lograr sus metas. Dicho en otras palabras, gran parte del gasto energético es causado por la envidia y vanidad; para mover un coche lujoso, un avión o un bote de avanzada se requiere de energía; para producir objetos lujosos o simplemente vistosos se necesita mucha energía. Para construir una urbanización lujosa con extravagantes viviendas se requiere de un gran consumo de energía y recursos naturales.

La utilización irracional (el ser humano pocas veces es racional, aunque si es inteligente) de recursos naturales, cuyas consecuencias son irreparables, también es debida a la envidia y vanidad.

Sin la ambición, la diferenciación de clases sociales estaría reducida a un mínimo prácticamente irrelevante; la razón de esto es que todos los recursos (dinero, recursos energéticos, fuerza de trabajo humano) estarían destinados para lograr la igualdad entre humanos y la armonía con la naturaleza. Estos son los verdaderos temas que deberían ocupar el pensamiento humano.

El consumismo desenfrenado y alocado produce hiperproducción que es destructiva desde todo punto de vista y agota a la naturaleza de manera irreversible; evidentemente todos estos razonamientos no serán del agrado de las grandes transnacionales.

Es inexplicable como se hacen congresos internacionales sobre el medio ambiente, calentamiento global y desaparición de especies de la fauna y al mismo tiempo no se toma en cuenta ni se cuestiona el consumismo desbocado que es producto simplemente de la vanidad y la envidia. De igual manera actúan casi todas las organizaciones pro ambiente y fauna; quizás las organizaciones más sorprendentes y contradictorias sean aquellas cuyos lemas incluyen acabar con la pobreza y el hambre (la superproducción bota alimentos para que suban de precio y no los regala a países necesitados) y jamás se dedican a combatir el consumismo irracional.

Todo el teatro que tiene gran parte de la humanidad con estos temas está sustentado en el gran pilar de la hipocresía que no es más que aparentar y decir algo contrario a lo que se es, se hace o se dice.

Grandes personajes de relevancia internacional incluyen en sus discursos la misma retórica del hambre y la destrucción del medio ambiente pero todos ellos poseen grandes cantidades de dinero y lujos (de manera escondida, claro está).
Todo esto es la envidia, vanidad, ambición y la hipocresía: los grandes motores de la actividad humana.