domingo, 19 de abril de 2009

PREJUICIOS

PREJUICIOS

De esos días en que la mente se va para lugares no visitados normalmente, me abordaron ideas realmente desconcertantes; eso me ocurre a mí y a cualquier ser humano. Me vino a la mente la exótica idea del sistema de numeración del cual estamos acostumbrados desde que éramos niños: el contar objetos o números abstractos; creo que a los 5 años uno tiene idea de contar objetos, mal que bien, hasta 20 (eso no importa ahora, no es el punto).
El sistema de 9 símbolos más el cero es nuestro sistema de numeración maternal, vale decir, el sistema decimal (por supuesto en la cultura occidental, pues desconozco otras culturas). Según dicen los entendidos, lo más probable es que se desarrollo a partir de los diez dedos que tenemos en las manos (personalmente tengo mis dudas sobre esta teoría si pensamos en el elemento vacio o cero o, quizás fue casualidad). Pues bien, se me ocurrió cual sería nuestro sistema de numeración si tuviésemos solamente dos dedos; quizás sería un sistema ternario con el cual contaríamos de cero hasta once de la siguiente manera: 0, 1, 2, 10, 11, 12, 20, 21, 22, 100, 101, 102; cuando se agotan los símbolos disponibles uno coloca cero en el comienzo del numero (posición derecha) y aumenta al próximo digito o símbolo de la izquierda; aunque uno practique este sistema durante un año, sería bien complicado y engorroso ir al supermercado y pedir 550 gramos de jamón con este sistema de numeración (202101 gramos en sistema ternario, 1046 gramos en sistema octal, 20212 gramos en cuaternario, 226 gramos en hexadecimal, 4200 gramos en quinario, 1000100110 gramos en binario y 334 gramos en sistema de base trece) .
Me interese y leí sobre todos los sistemas importantes de numeración: octal, binario, hexadecimal y otros y, a estas alturas de mi vida ya no estoy capacitada para aprender otro sistema que no sea el decimal.
Todo esto significa que estoy totalmente condicionada desde que era niña al sistema de numeración decimal. En este sentido matemático, mi mente no es amplia sino mas bien, muy restringida y no acepta cambios.
Este simple pero contundente caso de condicionamiento lo extrapole a otros niveles: social y psicológico y sobre todo, a las relaciones entre humanos, medio ambiente y sus consecuencias.
Desde que somos niños la sociedad, la familia, el sistema, la religión, los medios de comunicación, el colegio, el estado y las costumbres del país nos condicionan de manera brutal (y muy cruel, muchas veces) sobre nuestra libertad para pensar, opinar y decidir; realmente jamás pensamos asuntos de importancia sobre la vida, ni opinamos lo que deberíamos de opinar, precisamente por el condicionamiento que cargamos; muchas decisiones de la vida, no son las correctas. Cuando nos piden opinar sobre algún asunto importante de la vida, empleamos el 1 % de nuestra capacidad de reflexión. En este sentido somos simples autómatas programados (ni más ni menos cual robots); viene el punto en que muchos condicionamientos se convierten en prejuicios a medida que transcurre nuestra vida; si nos piden la opinión sobre algo, inmediatamente respondemos desde nuestro trasfondo, sin pensar; pareciera que vomitamos paquetes preformados de ideas y opiniones y solo pensamos para embellecer un poco el lenguaje; esto se proyecta y propaga en todas las relaciones de nuestra vida y yo lo llamo: prejuicio; somos criaturas prejuiciadas.
Tenemos nuestra opinión preformada para la política, la religión, lo que pensamos sobre los demás (en función de su apariencia inmediata: manera de vestir y hablar), sobre el color de la gente, sobre su nacionalidad, sobre sus costumbres e infinitos parámetros mas; nuestras respuestas son instantáneas, demoran milésimas de segundo y jamás nos tomamos un tiempo, aunque sea breve, para pensar y meditar sobre un asunto, muchos de los cuales son delicados; lo peor del caso es que la sociedad ve con malos ojos que uno se tome un tiempo para reflexionar y pensar pues eso da mala impresión; da una impresión de duda o idea de inseguridad y, uno será cuestionado como un perdedor.
Estoy cansada de ver entrevistas que le hacen públicamente a personajes de cualquier nivel y profesión, bien sea un artista, un político, la persona corriente de la calle o un intelectual; todos responden instantáneamente su paquete preformado de opinión; todos quieren lucirse con las respuestas. Algunos (por no decir muchos) dedican un enorme tiempo de su vida para preparar respuestas a cualquier tipo de pregunta; llegados a este punto debo ir un poco más allá: muchas veces el paquete de opinión no es el verdadero, no es sincero, no es el que realmente tiene en su interior ese individuo; ¿Por qué?, porque ese individuo esta prejuiciado y le da vergüenza la mayoría de las veces, opinar de manera sincera y legitima.
Llevamos encima condicionamientos y prejuicios muy fuertes y pesados, como un fardo sobre el crudo desierto de la vida en sociedad; desde niños nos esculpen la mente y quedamos el resto de nuestras vidas como inalterables esculturas mentales; nos lo hacen y así lo hacemos a nuestros hijos. Es muy difícil reflexionar contrariamente sobre nuestras convicciones y reconocer que estamos errados; esto es válido para cualquier cultura y sobre todo en aquellas de fanatismo religioso.
Me hago la siguiente pregunta: si estoy fuertemente condicionada por mi religión, mi cultura, mi nacionalismo, por mi ideología, por mis tendencias socio-políticas (que si soy de izquierda o derecha), por el color de la piel, por la nacionalidad (americano, asiático, africano, europeo), por el nivel cultural y educativo y que se yo cuanto más, viene la pregunta: ¿podré ser una verdadera mensajera para la humanidad?,
¿Puedo realmente hacer filosofía creativa y espontanea?, o todo provendrá desde un conocimiento condicionado y prejuiciado del pasado, que he adquirido a través del tiempo acumulativo,
¿Podre escribir un libro de orientación al público desde todos mis trasfondos y complejos?
¿Me podrán entrevistar públicamente y ser una fuente positiva de inspiración humana desde todos mis prejuicios (de raza, nacionalidad, ideología, religión y cultura)? ; estoy convencida que la respuesta es: no.
Debo aclarar algo en honor a la verdad: no importa mi tendencia política, religiosa o ideológica siempre y cuando mis opiniones y pensamientos ayuden a la humanidad y al medio ambiente o, por lo menos, no perjudicarlos.
La pregunta final y difícil será: ¿Cómo puedo saber si realmente ayudo y soy útil o, no perjudico a la humanidad desde mis trasfondos, prejuicios y condicionamientos?. Muchos pensamos y estámos convencidos que somos útiles y ayudamos, pero la realidad es todo lo contrario, de nuevo contaminamos la mente de otros y les impedimos ser libres de vardad.
Desde el punto de vista público, una inmensidad de religiosos, comunicadores sociales (periodistas, animadores de TV), escritores famosos y políticos son un ejemplo palpable de ayuda inadecuada al prójimo y quizás no deseable.