Voy jugando con el destino y el destino va jugando conmigo; nos vamos
entrelazando a través del tiempo en una danza de sorpresas, sobresaltos y
encantos; logro sorprenderle a ratos y luego él me toma desprevenida e impávida
sin que nada pueda hacer.
Calculo, planifico, soy metódica y logro torcerle algo de su terco y
recalcitrante ser pero en un instante puedo ser revolcada por él.
El camino está plagado de esas piedras de azar, que algunas veces logro
más o menos esquivar.
Hoy soy lo causal pero mañana no lo sabré porque lo casual se interpone
en mi camino lleno de obstáculos de probabilidad.
Ese camino es engañoso para muchos que creen que esta trazado y no hay
nada que hacer; para aquellos que creen poderlo doblegar, también.
El destino coquetea sobre el jardín del orden y eso es verdad; las
flores del orden se hacen hermosas con mi buena actitud como también la hierba
mala del caos es alimentada con mis torcidos pensamientos y acciones.
El sendero tiene dirección y sentido y existe o desaparece por la lluvia
del azar; nadie lo puede prever.
Hoy voy muy cómoda caminando sobre él pero de repente me siento perdida
sin sendero a donde ir; él es pura ilusión y espejismo y debo hacer como el
buen sabueso que sigue el rastro sin ver el camino, oliendo solo los indicios.
Vuelta de nuevo, mientras una parte la construyo con mi firme voluntad y
determinación, viene una inesperada corriente de sorpresas empeñada en torcerla
a su voluntad.
Veo que su voluntad y la mía no viven ni en el mismo tiempo ni lugar y
por ello jamás se podrán reconciliar.
Hay de todo por estos parajes inesperados; por allá va un caminante
seguro de sí mismo haciendo lo que debe hacer y sigue sin importarle a donde
irá. Por allá, va otro muy cerca de él pero sin que se logren ver; va empecinado
en torcer el camino y da muchos traspiés; al final, para cualquiera de ellos,
no habrá premio ni castigo, ni ganador ni perdedor, sino trascendencia de ver o,
confusión de no ver.